Fuego (El latido de las alturas)

El fuego, desde el principio de la humanidad, ha sido un símbolo de transformación, de vida y de comunidad. Es el elemento que une a las personas en torno al calor de una fogata, el que cocina los alimentos que sustentan a las familias y el que ilumina las celebraciones más importantes. En las faldas del Citlaltépetl, el fuego no solo es una herramienta, es un testimonio vivo de la cultura, un reflejo de la identidad que arde con fuerza en las tradiciones y costumbres de quienes habitan estas alturas.

Aquí, el fuego chisporrotea en las fiestas patronales, tomando la forma de toritos pirotécnicos que, con las chispas impredecibles, recorren las calles y arrancan risas nerviosas a niños y adultos, los chotees que se disparan y truenan hacen eco entre las montañas. Es el fuego que, en un ritual casi sagrado, enciende los hornos de piedra y los comales, donde nacen las tortillas que alimentan generaciones. Es un recordatorio de que, incluso en los entornos más duros, la humanidad encuentra formas de dejar su marca, de mantener viva la chispa de su esencia.

El fuego es cultura en movimiento, es memoria hecha llama. Aquí, no solo calienta cuerpos y llena estómagos; el fuego también enciende corazones, une comunidades y conecta el pasado con el presente en un ciclo eterno de renovación y pertenencia.

Fiesta patronal San Miguel Pilacón 2024

En las comunidades de las faldas del Citlaltépetl, las fiestas patronales son el evento más importante del año, el día en que celebran al santo de su respectiva comunidad. Se organizan con una dedicación casi obsesiva y el gasto puede sorprender. Si en la fiesta patronal de otra comunidad se habían esmerado, los demás buscan igualarla o superarla.

Los toritos pirotécnicos, figuras que escupen fuego, persiguen a los niños sin mucha misericordia, mientras los cohetes resuenan sin cesar, haciendo eco entre las montañas. La iglesia se decora con flores. La gente se viste con sus mejores galas: los mejores vestidos o las chamarras Ariat.

No falta, igual, el “compa” ya bien tomado. Aquí dicen que la única forma de sobrellevar el frío en estos lugares es con un buen tequila o mezcal. No me dejan a nadie irse con las manos vacías, dando a cada rato un buen Don Julio para aguantar el clima. El pollo con mole y tortilla también viene por parte de la casa.

Artesanías en Maquixtla

En Maquixtla, entre los altos pinos que rodean la comunidad, surgió una nueva forma de aprovechar el bosque. En estas zonas, en la cara norte del volcán, se ha dado por mucho tiempo la elaboración de huacales de madera, que viajan hasta el mercado Emiliano Zapata en Puebla para su venta. eneraciones de padres e hijos se han dedicado gran parte de su vida a talar árboles como principal fuente de ingresos.

Citlaltépetl, hoy en día, es un área natural protegida, por lo que, dentro de la zona del Parque Nacional, la tala de árboles es ilegal. Y aun así, me resultaría hipócrita decirle a alguien que ha dedicado mucho tiempo a trabajar la madera —siendo esta una de las pocas fuentes de ingresos en estas zonas— que pare de hacer lo que le ha dado de comer a su familia por generaciones.




Con esta problemática situación, algunos miembros de la comunidad de Maquixtla, hace unos años, tomaron la iniciativa de recolectar hojas de pino dentro de sus cerros para crear algo más que huacales. Con el apoyo de la CONANP, la comunidad de Maquixtla crea canastas, tortilleras, bolsas y collares a base de estas hojas de pino, con diseños llamativos en este intento de reinventar y preservar.





Joel, uno de los miembros de artesanos y artesanas, muestra el bosque donde se extraen estos materiales.


Al subir se encuentran unos pinos cayendo, debido a que su periodo en estas tierras ha terminado.


Generalmente, trabajan para elaborar estos productos, en un taller cerca de la casa, a la vuelta de la Iglesia.


La caída de los pinos es un recordatorio de estos entornos. Las hojas se convierten en arte y en un espacio para compartir las tortillas.




Las señoras de la montaña

Las señoras del volcán son un pilar crucial en la vida cotidiana de las comunidades que habitan las faldas del volcán. A lo largo de los años, han demostrado ser líderes naturales en sus familias y su comunidad. Desde ancianas que se mueven a distancia entre las montañas caminando, hasta mujeres jóvenes con ambiciones que aprenden nuevos oficios y buscan mayores oportunidades.


La sazón del volcán

No se puede ignorar el rol de género que sigue presente en estas zonas rurales


El compromiso de estas mujeres con sus comunidades va más allá de lo visible. No solo cocinan, cuidan y sostienen sus hogares, sino que son el pilar en un paisaje duro y cambiante. En cada imagen, en cada retrato, se puede ver la historia de generaciones: desde las manos que moldean la masa hasta los troncos que cargan con soltura. La vida en las alturas del Citlaltépetl, es igual de posible, gracias a ellas.

Estas mujeres con la misma determinación con la que cargan troncos de madera sobre sus espaldas, construyen con sus propias manos los hornos de piedra en los que preparan tortillas grandes y esponjosas, acompañadas por el champurrado espeso que calienta el corazón.


Religión: “bajo el manto de la virgencita”

El Camino de Guadalupe

El Camino de Guadalupe es un proyecto que ha ido cobrando vida en el corazón del volcán Citlaltépetl. A lo largo de un recorrido de 100 kilómetros, se han colocado 17 imágenes de la Virgen de Guadalupe por las mismas comunidades que habitan estas alturas. Este sendero espiritual busca conectar las profundas creencias religiosas de los habitantes con la naturaleza agreste que los rodea, creando una ruta de devoción que culmina en el Jardín de Guadalupe, un espacio sagrado en El Minero, donde se está levantando una capilla dedicada a la Virgen.

Las gallinas del Padre

Todo comenzó cuando fuimos a una cascada ubicada cerca del terreno de doña Hilaria, en Rancho Nuevo. Allí, el padre decidió comprar unas cuantas gallinas a doña Ilaria para tener huevos frescos de desayuno en la hacienda Centro Misionero, ubicada en Chilapa. El padre poco sabía que este acto marcaría el inicio de una tendencia.

Lo que comenzó como una simple transacción se convirtió en un tema recurrente en sus visitas a otras comunidades. A la gente le dio por regalarle gallinas; parecía que la noticia de la transacción en Rancho se había esparcido a zonas considerablemente lejanas en los alrededores del volcán.

Lo curioso fue que, conforme más gallinas recibía, más parecía que la gente competía para darle las mejores.

Y, aunque el padre no era granjero, era probable que cada vez que regresara a su casa, lo hiciera con un nuevo miembro emplumado para incrementar su familia. El padre, que solo buscaba unos huevos frescos para su desayuno, se encontraba ahora con más gallinas de las que podía manejar. Pronto se dio cuenta de que tenía un verdadero gallinero; tanto así que comenzaron a bromearle que, en unos años, llegaría a competir con “Huevos San Antonio”, “Huevos El Calvario” o “Huevos del Padre Evaristo”.

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