
Aire (Movimiento y Fricción)
¿Cuál camino es el correcto?
Caminar por las estrechas y curvas veredas del Citlaltépetl es una rutina agotadora, pero habitual para los habitantes de las alturas. En esos senderos desiguales es común ver a ancianos de más de 80 años recorriendo camino y a señoras cargando leña en condiciones que desafían cualquier pronóstico. En estos lugares, la dureza del terreno y las distancias interminables no son una excepción, sino la norma. A menudo, también se ve a niños de apenas doce años conduciendo camionetas enormes, como si no les importara la velocidad o las peligrosas curvas que cortan el camino.
El movimiento en las comunidades del Citlaltépetl no solo ha sido físico, sino también social y económico, marcado por la migración que, desde hace años, afecta a la región. Sea por la falta de oportunidades, el aislamiento o la necesidad de conocer algo más que las montañas, muchos jóvenes han dejado sus hogares en busca de empleo en las ciudades, pero, sobre todo, más allá de las fronteras mexicanas. Esta constante partida genera una fricción palpable: por un lado, la necesidad de quedarse para preservar sus tierras y tradiciones; por otro, el deseo de prosperar más allá de las montañas.
Este fenómeno ha ocasionado cambios muy visibles en las comunidades. Podrás ver al vecino con algún familiar en el extranjero, con su gran camioneta y su casa al estilo estadounidense junto al barranco, mientras que otros siguen con su casa de lámina. Las nuevas generaciones se enfrentan a la difícil decisión de seguir una vida más allá de las cimas o permanecer en sus tierras.










El caballo del minero
Es un niño de 13 años montado en su caballo. Sin embargo, ese día algo asustó al animal, que empezó a correr descontrolado. En ese momento, la pierna del niño quedó atrapada en una cuerda tensada al costado del caballo. Desafortunadamente, el caballo no se detuvo y, durante 5 kilómetros, arrastró al joven sin control, mientras su cuerpo se golpeaba contra rocas, tierra y ramas a lo largo del camino.
El caballo finalmente se detuvo en una zona donde pastaban las cabras, pero el niño, ya malherido y apenas consciente, fue rápidamente liberado, y el caballo escapó corriendo. Intentaron llevarlo a un hospital en Orizaba, un trayecto de dos horas, con la esperanza de salvarle la vida. Sin embargo, la gravedad de sus heridas fue demasiado para soportar y, en la mitad del camino, su cuerpo no aguantó más. Perdió la vida antes de llegar a su destino. En el lugar donde el niño falleció, las personas de la comunidad colocaron una vela. El lugar quedó marcado como un recordatorio silencioso sobre la fragilidad de la vida en las montañas, donde la distancia y el aislamiento hacen que los accidentes sean aún más devastadores.
En el lugar donde el niño falleció, las personas de la comunidad colocaron una vela. El lugar quedó marcado como un recordatorio silencioso sobre la fragilidad de la vida en las montañas, donde la distancia y el aislamiento hacen que los accidentes sean aún más devastadores.

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